XIII
El apetito sensitivo
67. LA TENDENCIA EN GENERAL. SUS CLASES
La vida psíquica, además de vida cognoscitiva, es vida apetitiva; es decir, tendencia. El animal, sobre conocer de alguna manera el mundo que le rodea, reacciona ante él al sentirse atraído o repelido por las cosas. Esta atracción o repulsión hacia las cosas es resultante de unas tendencias biológicas o apetito interno que impulsa al animal hacia aquello que conviene a su naturaleza –como especie o como individuo– y le retrae de lo que le perjudica.
Las tendencias biológicas son tan importantes en la vida animal, que los fenómenos de conocimiento están en gran parte subordinados a la satisfacción de las tendencias.
La tendencia desencadena en el animal la reacción, que se traduce en actos. En los grados elementales de la vida esta tendencia se desarrolla automáticamente, sin necesidad de un previo conocimiento, y se exterioriza en lo que se llaman movimientos reflejos, que son los más simples entre los movimientos psíquicos. Se llama reflejo a la respuesta inmediata del organismo animal a un estímulo exterior. La saliva se segrega en la boca, o el párpado se cierra para la limpieza del ojo, de un modo automático, inconsciente en su origen. Son como un intermedio entre la actividad fisiológica y la psíquia.
Ya dentro plenamente del orden psíquico, existen tendencias que, aunque sean irresistibles, innatas y espontáneas, sólo puede desarrollarse a partir de un conocimiento previo en el sujeto que las experimenta. A este modo de tender se llama apetito o apetición sensible. Por él, el animal se siente atraído hacia aquello que conoce por los sentidos y que conviene a su naturaleza. Una forma compleja y específica de la tendencia sensible es, como veremos, el instinto. Cuando la tendencia sigue, no al conocimiento sensible, sino al intelectual, se llama apetito racional o voluntad, pero esta facultad pertenece ya a la psicología de la vida superior, exclusiva del hombre.
68. EL APETITO. SENTIMIENTOS
Apetito procede etimológicamente del latín ap-petere o petere ad, que significa pedir, dirigirse hacia, hacia algo que el ser no tiene, pero que conviene a su naturaleza o la perfecciona. Los seres del mundo están ordenados unos a otros por una ley general de armonía que preside el Cosmos y es obra de su Creador. El desarrollo de los seres vivos, que es su vida, se cumple tendiendo hacia aquellos otros seres que convienen a ese desarrollo y valiéndose de ellos para su perfeccionamiento o cumplimiento de sus potencias naturales.
El apetito sensible adopta formas diversas según la relación en que se encuentra el sujeto con respecto al objeto apetecido. A estas formas generales del apetito las llaman los escolásticos pasiones (de pati = padecer) por la repercusión afectiva que el sujeto experimenta al sufrirlas. Los actos de tender, en efecto, van siempre acompañados de un tono afectivo de agrado o desagrado, de placer o de dolor, según que la tendencia natural se vea en ellos satisfecha o contrariada. De aquí el nombre de sentimientos inferiores que se da también a estas formas del apetito.
69. LAS PASIONES
Las pasiones son como los cauces habituales por los que discurre el apetito, y se clasifican del siguiente modo:
Pasiones del apetito concupiscible son aquellas en que el sujeto tiende hacia su objeto, simplemente, por el objeto mismo. Pasiones del apetito irascible son aquellas otras en que se tiende al objeto, pero en cuanto es arduo y difícil, a modo de un incentivo surgido en el alma por la lucha misma y la dificultad.
Entre las del apetito concupiscible citamos el amor y el odio, que son las pasiones generales de atracción o repulsión que provoca el objeto bueno o malo para nuestra naturaleza. Una y otra son genéricas para las demás; es decir, que las otras son clases de amor y de odio. Cuando el objeto está ausente, si es bueno, provoca el deseo. Y si malo, la adversión. Si está presente y es bueno, engendra el deleite, y si malo, la tristeza.
Las del apetito irascible surgen siempre ante objetos difíciles o arduos de alcanzar. Cuando ese objeto es bueno, si es posible alcanzarlo, provoca esperanza, y si imposible, la desesperación. Cuando es malo, si es posible evitarlo, surge la audacia, y si imposible, el temor. La ira, en fin, no tiene contrario y nace del ensañamiento con la causa presente de aquello que el sujeto considera su mal.
Puede resumirse así el cuadro de las pasiones:
Apetito concupiscible: Apetito irascible:
Amor Odio Esperanza Desesperanza
Deseo Aversión Audacia Temor
Deleite Tristeza Ira
Los instintos
Un tipo muy particular y complejo de tendencia o apetito sensible es el constituido por el instinto, que poseen todas las especies animales y también el hombre. Se define el instinto como una tendencia sensible, innata, compleja y específica.
Por tratarse de una tendencia, el instinto es teológico (de telos, fin), esto es, dirigido a un fin; por ser sensible o elícito, se desencadena a partir de un previo conocimiento; por ser innato, nace con el animal y no depende del aprendizaje o de la imitación; en fin, por su carácter específico, el instinto no es individual, sino común a la especie. Son instintos en el hombre, por ejemplo, el de la succión en el recién nacido, más tarde el de andar, el de conservación durante toda la vida. En los animales, los instintos suelen ser más fuertes y perfectos. Pensemos en el instinto de la caza en el perro. Por tales tendencias, el animal (o el hombre) realiza sin necesidad de aprendizaje una serie de actos orientados a los fines más necesarios para el individuo o para la especie, y comunes a todos los individuos de ésta.
Los instintos más admirables por su precisión y complejidad se observan en los insectos. Es célebre el caso de construcción instintiva por las abejas de celdillas hexagonales, cubiertas por una tapaderita de cera, dispuesta de tal modo que logra el mayor espacio interior con el menor gasto posible de material. REAMUR propuso el mismo problema a los matemáticos, sin decir que la abeja lo resolvía instintivamente. KÖNNIG determinó los ángulos con los cuales se debe colocar la tapa sobre la pirámide, y obtuvo una pequeña diferencia debido a un error en las tablas de logaritmos.
También es muy conocida la conducta instintiva del himenóptero, del género Eumenes, que espontáneamente clava su aguijón con toda precisión en los centros nerviosos de una oruga para adormecerla sin matarla a fin de que sus larvas puedan comer carne fresca. FABRE ha descrito sorprendentes escencas d la vida de los insectos, y aunque algunas son inexactas, otras siguen admitiéndose por los naturalistas acutales (G. BUENO).
70. INSTINTO E INTELIGENCIA*
Se ha calificado al instinto de <<inteligencia animal>>, e incluso se ha pretendido reconocer en él una superioridad vital respecto a la conducta inteligente. La facilidad, seguridad y eficacia de la tendencia y la conducta instintivas superan en un sentido a la decisión y la conducta inteligentes.
Sin embargo, cuanto más perfecta y adaptada a su fin se nos revela una conducta instintiva, tanto más autómata e ininteligente nos aparece el animal que la ejecuta.
El animal que obra por instinto nos aparece, si observamos su comportamiento, como mero ejecutor de un plan superior que no puede comprender ni dominar. Cuanto más perfecta y compleja es la actividad instintiva que realiza un animal (abejar, hormigas) tanto menor es su espontaneidad y tanto más alejada de un comportamiento inteligente. Se ha diho que el animal es sólo capaz de una conducta estereotipada. Quier decirse que el instinto actúa por un desencadenamiento de estereotipos dinámicos, esto es, sistemas de reflejos innatos, y que es por los mismo automático y uniforme, incapaz de progreso. La acción supone la previa conciencia del fin y un dominio de los medios como tales, por cuya virtud se adapta flexiblemente a los casos y posibilidades, y es capaz de perfeccionamiento y progreso.
El hombre posee instintos menos aguzados que el animal, precisamente en razón de que la inteligencia suple en él la función directiva del instinto en la conducta. Por la inteligencia, el hombre es, en gran parte, árbitro y constructor de su propia vida y se libera del condicionamiento biológico que predetermina el comportamiento animal. Por la actividad intelectual se asemeja el hombre a Dios, que le creó a su propia imagen.
<<Una ardilla recién nacida fue sacada de su nido en lo alto de un árbol y criada artificialmente. Fue alimentada con leche y bizcochos. Un día se le dio una nuez, la primera que había visto en su vida. La examinó detenidamente y en seguida la mordisqueó hasta dejar lire el meollo, que se comió. Pero todavía pudo hacerse más tarde la siguiente observación: Si había más nueces de las que el animal podía consumir cogía una y la enterraba. El animal miraba atentamente a todas partes del cuarto, marchaba luego a un lugar oculto -tras la pata del sofá o en la cavidad del pie tallado de una mesa de escritorio-, introducía la nuez en el lugar elegido y ejecutaba en seguida todos los movimientos propios de enterrar, así como los movimientos que se hacen para apisonar la tierra sobre el objeto enterrado: el animal volvía a su ocupación sin darse cuenta de que la nuez había quedado descubierta por completo. Para comprender esto hay que saber que las ardillas que viven en libertad entierran realmente de este modo las nueces y vuelven a encontrarlas más tarde por el olfato>> (KOFFKA).
71. LOS MOVIMIENTOS DE LOS SERES VIVOS. SUS CLASES
Las tendencias y apetitos, en sus diversos grados, se traducen en movimientos del ser vivo, por los cuales reacciona éste sobre el mundo que le rodea. Estos movimientos son también más o menos complejos y más o menos conscientes.
Los más sencillos de todos son los llamados tropismos, que son simples reacciones motoras físico-químicas en el interior del organismo. Los más conocidos entre éstos son los provocados por la atracción de la luz, del Sol o de la Tierra (fototropismos, heliotropismos, geotropsmos). Pero estos movimientos no se les puede considerar todavía psíquicos, ya que falta en ellos consciencia e intencionalidad.
Entre los propiamente psíquicos, lo más elementales son los movimientos reflejos, cuya tendencia originaria hemos visto ya (número 62, & 2). Reflejo es la respuesta inmediata del organismo a estímulos del mundo exterior. Suelen consistir en descargas nerviosas por vías motoras.
Los reflejos elementales (parpadeo, reflejo rotulas, etc.) se producen sin intervención de las capas superiores del sistema nervioso en el cerebro, por una simple conexión medular entre los centros sensitivos y los motores.
El reflejo ha sido una vía de acceso para estudiar la psicología de los animales en aspectos que parecían inaccesibles al conocimiento humano. Se trata de la utilización metódica del condicionamiento de reflejos. Se entiende por reflejo condicionado aquel reflejo cuyo estímulo natural ha sido asociado artificialmente a otro que, al cabo, producirá el mismo efecto que el primero. Si, por ejemplo, la presencia o el olor del alimento produce en el animal como reflejo la secreción salivar o la gástrica, asociando a ese estímulo el sonido de una campana o na luz de determinado color o intensidad se logrará que le reflejo se produzca por tales condicionamiento. Así, por la secreción salivar o gástrica asociada a antecedentes cognoscitivos varios se ha llegado a conocer las condiciones del conocimiento sensible animal, los límites vibratorios de su oído, su discriminación de los colores, etc. Ha sido famosos en este sentido los experimentos del psicólogo ruso PAWLOW.
72. LOS HÁBITOS
En la escala de los movimientos del animal tiene gran importancia el hábito o movimiento habitual. Hábito es el movimiento determinado por una tendencia individual, adquirida por la reiteracón de un acto que predispone a obrar en el mismo sentido. El hábito no es nativo ni específico, sino que se adquiere individualmente con la reiteración y el aprendizaje. El andar, las habilidades manuales, las profesiones u oficios, son producto del hábito. Efectos del hábito son una mayor seguridad, facilidad y rapidez en la ejecución del acto, así como una menor conciencia del mismo. Los primeros movimientos de cualquier aprendizaje son trabajosos, lentos, muy conscientes y torpes. Superado el mismo, se hacen con precisión y perfección, sin apenas conciencia de sus fases o posiciones. Sin el hábito, la vida sería imposible, por su extrema dificultad y consciencia motriz. De aquí que se haya calificado al hábito de segunda naturaleza.