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La sociedad
158. LA SOCIEDAD HUMANA
El hombre, en todo tiempo y lugar, ha vivido en sociedad. A diferencia de los animales, que generalmente viven aislados, o se unen sólo transitoriamente para los fines de la procreación, el hombre habita siempre un medio social (sociedad política) en la cual encuentra su modo normal de vivir y la expansión de su personalidad.
Esto es para el hombre una necesidad, ante todo; los animales poseen en su cuerpo medios individuales de defensa, así como piel adecuada para protegerse, y en su naturaleza instintos muy vigorosos para procurarse lo necesario. El hombre, inerme, delicado en su organismo y único ser del universo que vacila, sería el más desvalido de todos los animales si no viviera en sociedad. De aquí que sólo rarísimamente y por accidente pueda hallarse un hombre que viva en aislamiento absoluto (por abandono en su infancia o por naufragio o causa similar), y en estos casos o se trata de una vida profundamente antinatural (animalizada), o es una situación transitoria, en espera siempe de retornar al medio social.
La sociedad, sin embargo, suple con creces en el hombre cuanto de defensa o instinto puede faltarle, y hace de él el animal menos sometido al riesgo o a la servidumbre natural, el más libre y menos indigente. En forma tal que puede decirse del hombre con toda propiedad que es animal social. Pero también, a diferencia de los animales gregarios (hormigas, ejambres de abejas), la sociedad no es algo que absorba la individualidad de cada hombre haciéndole mero operario del grupo, pieza de un quehacer colectivo, sino que es en la sociedad precisamente donde el hombre desarrolla y hace fructificar su propia personalidad, que siempre conserva, dentro de ella, un sentido y una finalidad propios, independientes del grupo.
Podemos así decir, en términos generales, que sociedad política es la unión estable de hombres que determina entre ellos relaciones de convivencia, de jerarquía y de comunidad espiritual.
159. NOCIONES ERRÓNEAS SOBRE EL ORIGEN Y NATURALEZA DE LA SOCIEDAD. EL INDIVIDUALISMO O TEORÍA DEL PACTO SOCIAL
Este hecho universal y constante de que el hombre viva en sociedad ha hecho preguntarse a los pensadores: ¿qué es la sociedad? ¿Se trata de algo anterior y superior a los individuos que la componen, o es, por el contrario, resultado de un pacto o acuerdo entre ellos? ¿Cuál es, en fin, su naturaleza y origen?
Durante los siglos XVII al XIX estuvo muy en boga la teoría individualista o del pacto social sobre el origen de la sociedad, teoría que es consecuencia del racionalismo moderno.
Según esta concepción, la sociedad nace de un pacto o acuerdo voluntario entre los hombres que vivían primitivamente en aislamiento o soledad y renunciaron así a parte de su primitiva libertad para adquirir la seguridad y cooperación que la sociedad podía ofrecerles. La sociedad es, pues, posterior al individuo e inesencial, accesoria, respecto a su naturaleza, ya que puede el hombre vivir, y de hecho vivió, según esta teoría, sin formar sociedad.
J.J. ROUSSEAU (1712-1778), en su obra El Contrato Social, enseñó que el hombre es libre y bueno por naturaleza, y que es presicamente en la convivencia social donde se corrompe y malea. Para ROUSSEAU, la sociedad sólo puede justificarse con un pacto libre o contrato entre los hombres, y únicamente es justa cuando permite en su seno toda la libertad posible del individuo; es decir, la máxima expansión de su bondadosa naturaleza. Como consecuencia, el poder y las funciones de la autoridad política deben ser los mínimos, no más que lo necesario para asegurar la convivencia y permitir la más amplia libertad de todo. ROUSSEAU es por esto, como veremos, uno de los fundadores del liberalismo político moderno.
Sin embargo, los hechos no han confirmado nunca, en ninguno de sus aspectos, esta teoría que hace de la sociedad un mero acuerdo o pacto entre individuos ya hechos y libres. Los hombres y los pueblos, cuanto más primitivos son nos aparecen vinculados a sociedades más estrechas, con ritos, costumbres o autoridades más poderosos. Las investigaciones arqueológicas y antropológicas tampoco han descubierto nunca al salvaje libre y feliz de la teoría individualista, sino, al contrario, unidades tribales más cerradas y vinculares cuanto más alejadas en la remota antigüedad. Parece, pues, que la sociedad no puede considerarse como algo posterior al individuo ni producto de su libre y voluntaria convención o acuerdo.
160. EL UNIVERSALISMO SOCIAL. LA SOCIEDAD COMO REALIDAD PRIMERA SUPRAINDIVIDUAL
En el extremo contrario del individualismo se encuentran las doctrinas universalistas o totalitarias sobre el origen de la sociedad. Según ellas, la sociedad es una realidad anterior y superior al individuo, de la cual recibe éste su personalidad y sus derechos. No es que los partidarios de estas teorías supongan la existencia de una sociedad sin individuos, es decir, anterior a éstos, lo cual sería imposible de concebir e imaginar. Pero suponen la sociedad primitiva como algo semejante a una colmena o un hormiguero en los que apenas cabe apreciar diferencias individuales entre los animales que los componen, dominados enteramente por la labor y la finalidad común. Según ellos, es el desarrollo progresivo de las sociedades lo que va permitiendo la diferenciación y la autonomía de sus miembros mediante un constante aflojamiento de sus vínculos internos a medida que se va haciendo fuerte y organizada. La individualidad nace así de la sociedad y de ella prceden también todos los derechos y libertades de que pueden disfrutar los individuos, sus miembros.
Existen diversos tipos de universalismo social. Para unos, esa sociedad originaria de que ha ido brotando la individualidad y el carácter de los hombres es la Nación o el estado histórico (nacionalismos totalitarios); para otros, la raza (racismo); para otros, una especie de organismo social con leyes propias (sociologismos biológicos). Cabe citar como representantes de esta teoría a los grandes filósofos del Idealismo alemán del siglo XIX (FICHTE, SCHELING, HEGEL), a los sociólogos de tipo organicista (SPENCER), a los partidarios de la psicosociología (DURKHEIM) y a los nacionalismos totalitarios de este siglo.
También la experiencia común y la investigación histórica pugnan con esta teoría en cualquiera de sus expresiones. En ninguna sociedad humana, por cerrada y primitiva que sea, llega a perderse la personalidad de cada hombre hasta el extremo de referirse por entero a la vida del grupo, ni puede explicarse el progreso o la evolución de las sociedades sin la iniciativa o la acción de hombres concretos de destacada personalidad. La sociedad es siempre sociedad de hombres, y nada sucede en el terreno de lo humano en que no intervenga la decisión y el empeño de hombres individuales.
161. LA SOCIEDAD COMO FRUTO DE LA NATURALEZA SOCIAL DEL HOMBRE. TEORÍA ARISTOTÉLICA
Aristóteles llamó al hombre <<animal político>>, con lo que quiso significar que el hombre es social por naturaleza. Supone esto que, según la doctrina del filósofo griego, la sociedad no es algo que existe fuera o por encima del hombre, como afirma el universalismo social; ni es tampoco resultado de un pacto voluntario entre hombres que vivían en aislamiento, pacto que nacería de un puro acuerdo y que bien podrían no haberlo hecho, como pretende el individualismo. La sociedad es para Aristóteles algo que brota de la naturaleza misma del hombre. O, lo que es igual, el hombre es un ser referido u orientado en su mismo ser a vivir en sociedad.
Esta profunda doctrina de Aristóteles, que resuelve la contradicción entre el individualismo y el socialismo, tiene varias consecuencias muy importantes:
En primer lugar, nos hace ver que ni el individuo puro ni la sociedad en sí existen en la realidad, sino que sólo existen hombres concretos, personales, que son a la vez individuales y sociales. Los hombres tienen todos algo puramente suyo, individual, que los diferencia de los demás (su idividualidad); pero lo que son, lo que quieren y piensan lo han recibido de la sociedad, sea por herencia, por educación o por ambiente. Si quitáramos a un hombre todo esto nos quedaríamos casi sin nada, con una pura potencialidad de ser que ha de actualizarse a lo largo de su vida en relación con los demás; es decir, formando parte de una sociedad. Individualidad y sociedad son así aspectos de una sola realidad, el hombre concreto, que es a la vez individual y social. Ni el puro individuo aislado ni la sociedad en sí existen realmente, sino hombres que son individuales y viven en una sociedad formándola y, a la vez, nutriendo a su espíritu de ella, realizándose en ella.
Raices de la sociedad en el ser humano.
Una segunda consecuencia de esta doctrina es que la sociedad humana, su estructura interna y su gobierno no pueden ser algo que se establezca en virtud de un mero acuerdo racional, como pretendían las teorías racionalistas e individualistas que produjeron la Revolución Francesa. A partir de la Revolución se pretendió constituir de nuevo la sociedad política partiendo de una asamblea constituyente que redactaría una Constitución o Ley racional y perfecta que la regiría para siempre. Si la sociedad brota de la naturaleza humana, toda entera, no podrá ser asunto solo de la razón o de la voluntad racional de sus miembros, sino que los demás estratos y facultades de la naturaleza humana –el sentimiento, la memoria colectiva, el instinto– participarán igualmente en su formación concreta y temporal.
Así vemos, en efecto, que las sociedades históricas (las naciones, por ejemplo) son un complejo de sentimientos, creencias, emociones y hábitos colectivos, recuerdos e impulsos comunes, difíciles de discriminar. Y que en el decurso de su vida colectiva influyen, tanto como las decisiones y proyectos racionales que le dan su dinamismo y renovación, las costumbres y creencias que le deparan su estabilidad y carácter profundo.
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Las formas de sociabilidad
162. LAS FORMAS DE SOCIABILIDAD
La sociedad –lo hemos visto– no es el resultado de un acuerdo o pacto racional entre los hombres, como pretendía el racionalismo individualista o la teoría del Pacto Social. No cabe, por ello mismo, concebirla como organizada de una manera uniforme a partir de un solo orden y un solo poder, como pretendía el constitucionalismo de la Revolución Francesa.
La sociedad, por el contrario, brota de la naturaleza huamana y, por lo mismo, los diversos impulsos naturales del ser humano se ven representados en la sociedad, que viene a ser así un conjunto de formas diversas que se armonizan entre sí como se armoniza en el espíritu humano sus diversas facultades.
Varias son las formas de sociabilidad, correspondientes a otros tantos impulsos sociales de la naturaleza humana:
El instinto genésico y el de paternidad –que son los más fuertes impulsos que unen a los seres humanos– determinan la institución familiar, la primera y más universal de las formas de sociabilidad.
El impulso de cooperación y mutua defensa con quienes tienen un modo común de vida y unos mismos intereses determina la forma municipal (local) y la gremial (profesional), que tienen un fundamento común: la natural tendencia de asociación con quienes poseen una misma vinculación a la tierra o al género de vida.
La necesidad de armonía en el orden social y a tendencia de la razón hacia la unidad superior determinan la forma política o superior autoridad civil.
Por otra parte, la misma tendencia natural de asociación y la necesidad de jerarquización, cuando se aplican no a la convivencia natural terrena, sino a la consecución de un fin sobrenatural o religioso, da lugar a la sociedad religiosa (tal como la Iglesia), que en todas las civilizaciones se instituye y mantiene con separación más o menos acusada del orden y jerarquía civil.
En fin, la sociedad que brota de la naturaleza humana tiene también el carácter individualizado, distinto de los demás, que tiene en sí todo hombre determinado: lo mismo que no existe el hombre en abstracto, sino hombres concretos, individuales, así tampoco existe una sociedad universal y abstracta, sino sociedades concretas e históricas, todas diferentes entre sí y en constante evolución, como diferentes y cambiantes son los seres humanos. Aunque en toda sociedad se den estas formas generales (familia, coporaciones locales y profesionales, autoridad política, convivente sociedad religiosa), las sociedades son siempre concretas, históricas y marcadas con el sello de la personalidad humana. (Esta familia es distinta de aquélla; Francia, distinta de España, etc.)
Platón, maestro e inspirador de Aristóteles, deducía ya las clases en que dividía la Ciudad (o polis) de las facultades del alma humana: el pueblo, que se empleaba en labores materiales, representaba el apetito o pasión: la clase militar (guerreros) correspondía al ánimo noble; la clase gobernante (sabios) simbolizaba, en fin, a la razón o intelecto del hombre.
163. LA FAMILIA
La primera y más compacta célula de la sociedad es la familia, creada por el doble instinto de la procreación y de la paternidad, los más firmes y espontáneos impulsos que orientan al hombre hacia la sociabilidad.
No puede imaginarse un comienzo histórico de la sociedad sin recurrir a alguna forma familiar, por primitiva y elemental que se la suponga. La teoría según la cual precedió a la formación de la familia un estado gregario de hordas en promiscuidad de sexos puede considerarse abandonada, ya que careción de fundamento, tanto etnológico como psicológico. La hipótesis de la horda sólo puede admitirse como un estado de degradación episódica, pero no como una situación estable donde haya surgido, con la familia, la estructura de la sociedad.
Se carece de datos suficientes para determinar la estructura de la familia primitiva. Las indagaciones históricas son siempre vagas y se refieren a un tiempo muy limitado, y lo que puede saberse sobre las tribus salvajes de Oceanía o Africa se refiere a sociedades largamente evolucionadas. No puede, pues, probarse científicamente que la familia prehistórica no fuera monógama y que más tarde degenerase. Lo que puede afirmarse como un hecho constante, no contradictorio por ningún dato histórico ni etnográfico y apoyado en fundamentos psicológicos ciertos, es que la familia ha existido desde que hubo hombres y mujeres en la tierra, aunque adaptándose a las condiciones espirituales y económicas de los diversos pueblos y de las diversas épocas.
En todo pueblo, época y civilización, la familia ha tenido, de una parte, conciencia de sí y una interna jerarquía, y, de otra, un reconocimiento por parte de la colectividad, tanto civil como religiosa. Así, en la familia como célula permanente y universal de toda sociedad pueden hallarse siempre tres características o líneas estructurales:
Es la primera el sentimiento de mutua pertenencia entre los cónyuges, el sentimiento asimismo de intimidad diferenciada respecto al exterior y de subordinación afectuosa de la mujer respecto al marido y de los hijos respecto a ambos. Es la segunda un reconocimiento legar por parte de la sociedad y del Estado, que, aun en las más audaces intervenciones estatistas, ha visto siempre en la familia un origen y un fuero interno inviolables, y en los hijos algo que por derecho propio le pertenece. Es la tercera, en fin, un cierto carácter religioso, al haberse reconocido siempre a la familia, en su origen y en su estructura, una significación sagrada superior a la mera convención o contrato. Ya se exprese en ritos referidos al vínculo superior del totem o dios de la casa, o a los antepasados, o se funde, como en el cristianismo, en el sacramento del matrimonio, el carácter sagrado nunca ha faltado a esta primera y básica institución social que es la familia.
Puede, pues, definirse la familia como una sociedad natural fundada en los vínculos de la sangre, de la intimidad afectiva y de la interna jerarquía, instituida por Dios para proveer a la vida humana cuando diariamente le es preciso y para perpetuarla. Constituye la familia el conjunto de personas sujetas a la autoridad del padre.
La familia, como institución social, tuvo en otras épocas una proyección mucho más amplia que la que hoy posee. La libertad de testar y los patrimonios familiares indivisibles –que fueron abolidos a principios del siglo pasado– daban a la familia una prolongación a través de las generaciones, lo que se acompañaba de un mayor vigor en las costumbres propias de cada familia y en la autoridad paterna. Por efecto del estatismo y del individualismo, que son consecuencias paralelas de la Revolución Francesa y del movimiento racionalista moderno, muchas de las funciones de educación y previsión que antes realizaba la familia van pasando al Estado, y la vida individual tiende progresivamente a desarrollarse más fuera de la familia que dentro de ella.
164. SOCIEDAD CONYUGAL, PATERNO-FILIAL Y HERIL
La familia está integradapor tres sociedades parciales, aunque sólo la primera es esencial para su existencia: la sociedad conyugal o matrimonio, que es fundamento y origen de la familia; la sociedad paterno-filial, que forman los padres y los hijos; la sociedad heril, que integran aquellas personas que voluntariamente se ponen bajo la autoridad de la familia para su servicio.
<<Prima societas –dice Cicerón– in ipso conjugio est, proxima in liberis, deinde una domus. Id autem es principium et quasi seminarium reipublicae.>><<La primera sociedad está en el matrimonio, la segunda la forman los hijos, y, unida a éstas, la de los criados, se constituye la casa o familia, que es, por decirlo así, el principio y como el germen del estado o sociedad civil.>>.
A) La sociedad conyugal. –Llámase matrimonio o sociedad conyugal a la unión legítima de hombe y mujer para la procreación y educación de los hijos y para el mutuo apoyo de los cónyuges.
El matrimonio fue instituido por Dios al crear a los primeros hombres, como función y exigencia de la propia naturaleza humana, tanto en el aspecto de su instinto genésico y de paternidad como en su aspecto racional y volitivo, a los que responde esta forma de unión permanente y espiritualizada. Todas las sociedades y épocas han otorgado un carácter sagrado al matrimonio y reconocido en su institución algo anterior a la misma sociedad civil y respetable por ésta. Jesucristo lo elevó a la dignidad de sacramento, y en la nueva Ley se lo compara con la unión y amor que unen a Cristo con su Iglesia. La iglesia, más tarde, rodeó su celebración de ritos litúrgicos y lo sometió a disposiciones canónicas. La legislación civil, por su parte, regula también el matrimonio y establece para los no cristianos el matrimonio civil, cuyas condiciones de celebración y vigencia resultan de su carácter de contrato.
Son propiedades del matrimonio, tanto por sus exigencias y tendencias naturales como por su carácter de sacramento, la unidad y la indisolubilidad. Se opone a la primera la poligamia, y a la segunda, el divorcio.
B) La sociedad paterno-filial. –Llámase sociedad paterno-filial a la constituida por los padres y los hijos, consistente en los lazos de inmediata consanguinidad y mutuo amor, orientada por la naturaleza y por la ley a la crianza y educación de los hijos.
Esta sociedad parcial dentro de la familia emana asimismo de la naturaleza humana, que requiere una prolongada crianza y educación de los hijos y unas condiciones de amor o intimidad que sólo el ambiente familiar puede deparar. Las leyes eclesiásticas y civiles respetan y protegen esta sociedad como elemento constitutivo y fin primordial de la familia.
Se denomina patria potestad al conjunto de derechos y deberes que la ley natural otorga a los padres en orden a la educación de los hijos. Esta potestad no es sólo directiva u orientadora, sino también coactiva, y el derecho de corregir y castigar según prudencia adviene a los padres de la misma autoridad divina a través de la paternidad, por ley natural.
Se oponen al concepto natural y cristiano de la patria potestad las teorías socialistas y totalitarias, según las cuales la educación es función nacional o del Estado, y puede éste separar a los hijos de los padres con fines educativos. Igualmente se oponen a la patria potestad el monopolio estatal de la enseñanza, con la imposición de textos oficiales y de doctrinas sociales y políticas, opuestas a menudo al parecer y voluntad de los padres. La misión de la autoridad civil en orden a la enseñanza sólo puede ser la de facilitar a los padres los medios que puedan servir al fin de la educación, pero sin conculcar ni lesionar los derechos naturales de la patria potestad.
C) La sociedad heril (de herus, señor). –Es la que forman los criados o sirvientes con los restantes miembros de la familia. En la sociedad cristiana se consideró a los criados como miembros de la familia, y a esta sociedad como una parte, aunque no esencial, de la sociedad familiar. Es esto consecuencia del carácter casi sagrado que se otorgó siempre a la familia y al matrimonio en que se origina. La convivencia dentro de tal medio no consiente la relación puramente laboral del asalariado, sino que ha de penetrarse de la inspiración cordial y religiosa que debe presidir la vida familiar. En la época actual, con la relajación de los vínculos familiares y la difusión del trabajo industrial, la sociedad heril ha venido casi a desaparecer, reducida ya a algunos ambientes campesinos y al servicio doméstico en los medios ciudadanos.
165. LA SOCIEDAD MUNICIPAL. EL MUNICIPIO. SU AUTONOMÍA Y SUS LÍMITES.
El municipio fue en su origen como el germen de la sociedad civil, nacido del instinto de asociación entre quienes se hallan vinculados a la misma tierra y mantienen entre sí relaciones de vecindad. Por lo mismo requiere, como la sociedad civil, un poder que guarda la misma analogía con la superior potestad civil. Este poder no emana de la autoridad del Estado, aunque, como integrado en éste, guarde con su autoridad unas relaciones de subordinación y representación.
La sociedad municipal se encuentra profundamente vinculada al origen histórico de la sociedad política o civil. De la multiplicación y desarrollo de familias en un medio determinado nació la gens como entidad superior y coordinadora de los poderes patriarcales (gens romana o fratia griega); y de ésta, gradualmente, la tribu y la ciudad, cuya organización y autoridad coincidían en la antigüedad con lo que hoy llamamos sociedad civil o Estado (recuérdense las antiguas ciudades griegas y la misma Roma). La formación posterior de la nacionalidad y del Estado moderno no puede verse en un desarrollo orgánico de la Ciudad o Municipio, sino en un proceso, a menudo violente y complejo, de incorporación y de conquista. Pero en el seno de las nacionalidades dotadasde un superior poder civil los municipios conservan su entidad peculiar y relativamente autónoma, capaz, en ocasiones, de integrarse sucesivamente en distintas agrupaciones nacionales.
El municipio típicamente español –el castellano-leonés– tiene su primer desarrollo en el siglo X, y con él se extiende por nuestro suelo una organización local verdaderamente corporativa y en ciero modo democrática, paralela en su desarrollo a la estructura aristocática que crece a la sombra del sistema feudal. El municipio fue –en frase de Menéndez Pelayo– <<expresión de la verdadera, legítima y sacrosanta libertad española>>, y constituyó la célula política que los españoles llevaron a América, sobre la que se edificó la civilización política de aquellos pueblos.
Existían en España municipios de concejo abierto en pueblos pequeños, con participación de todos los vecinos o cabezas de familia; existían también concejos restringidos a un cierto número de regidores de designación automática, y, en fin, el municipio de representación, por elección de concejales. El municipio tradicional se regía por unas ordenanzas propias y poseía generalmente bienes comunales, con los que atendía a sus necesidades corporativas y, en algún grado, a las de los vecinos. Modernamente, los municipios se vieron privados de sus bienes por las leyes desamortizadoras, y fueron sometidos a una ley común. Se rigen hoy por un Ayuntamiento formado por un número de concejales proporcional a la población, que se agrupan en tres tercios: uno que representa a los vecinos o padres de familia, y se elige por sufragio de éstos; otro, a los sindicatos laborales, y se elige en el seno de los mismos, y otro, en fin, a las entidades culturales, y es de propuesta gubernativa y elección de los otros dos tercios de concejales. Preside el Ayuntamiento un alcalde, que une en sí la presidencia de la corporación y la representación gubernativa, y que es designado por el gobernador de la provincia.
166. LA SOCIEDAD LABORAL O GREMIAL
Además de la sociedad local, los hombres forman otro género de asociación motivada por el trabajo u ocupación que comparten. Tal es la sociedad gremial o profesional, que ha recibido distintos nombres y estructuras en las diversas épocas y países, pero que es un hecho universal y constante. (Estudiaremos este tipo de asociación y los problemas con que se enfrenta en la actualidad en el capítuo XXXVI.)